En mi continua búsqueda y preocupación por la luz -en un dialogo constante que mantengo en toda mi obra entre luz artificial y  natural- no busco el detalle, sino las referencias figurativas mínimas para crear sensaciones. En esa búsqueda he ido despojando el espacio pictórico de todo aquello que percibía como anecdótico. Personajes y objetos me importunaban; me distraían de lo que en realidad quería ver: el espacio pintado en sí mismo, la vibración de la luz en la atmósfera, la soledad esencial del escenario. A veces transitamos por lugares que vivimos sin saber qué guardamos de ellos. Transcurre el tiempo y no nos cuenta lo que en ellos ocurre, sino que nos lleva al abrigo de una tímida luz que conversa con nosotros. Porque la realidad que prevalecerá frente a nuestra evanescencia, no son los objetos individuales, ni su configuración particular en el espacio, sino el espacio en sí mismo y la luz que lo revela. El espacio como compartimento que describe la escenografía de la vida. El espacio en definitiva, no como mera construcción o vacío, sino como presencia.