Un viaje al no-lugar
    Mónica Dixon inaugura exposición en Guillermina Caicoya
  
Monica Dixon (New Jersey, 1971) presenta en Guillermina Caicoya: ‘Somewhere… Nowhere’ (hasta el 24 de diciembre). Sus casitas aisladas, habitadas pero sin figuras humanas, tantas veces en mitad de la nada, según propia confesión de la autora, es el viaje al no-lugar. Una reflexión en torno a la construcción interna y externa. Su interés por el concepto de espacio vacío no fenece: <<el vacio ocupa tanto mis interiores como mis exteriores. De los primeros me interesa la luz en función del espacio en contraste con esa oscuridad que lleva a una abstracción del propio minimalismo. La luz y la sombra es el espacio vacío marcado por el zen>>.
    Sus casitas aisladas, en mitad de ninguna parte, simbolizan  el viaje a la América profunda, son espacios más mentales que físicos que  ayudan a liberarnos del estrés. Dixon une el minimalismo de vanguardia con unos  exteriores donde la musicalidad yace en el recuerdo, en su mayor parte en  sitios inexistentes. Casas solitarias, perdidas,  donde parte de su pasado se encuentra allí,  la reflexión más ácida y lírica posible sobre la arquitectura tradicional  estadounidense, presidida por ese halo de no-existencia, casi fantasmal, donde  la soledad de la casa va pareja a la soledad de la persona, donde la  introspección lleva a mirar lo que realmente somos: <<Estas casas pueden  ayudarnos a identificarnos con el yo. La figura humana no aparece pero está  latente. Se ve la huella o mano del  ser  humano por todas partes>>. Es la civilización ocupada/desocupada, siempre  otra.
    Los límites del puzle no pueden estar más claros:  dentro/fuera frente a minimalismo/abstracción. Los edificios, como en un poema  máximo de modernidad, son estados de ánimo.   El paisaje no existe y todo es visión desde la imaginación.
    Dixon es apátrida, planetaria, marcada a fuego por las  largas explanadas de Pensilvania, con un mundo de granja que también lo es de  miedo, donde la acción discurre dentro  de  ella, también del espectador y donde las preguntas que se propone las explica  sin rodeos: <<¿Vive alguien ahí? ¿No vive nadie? Siempre estamos solos,  aún acompañados por muchas personas que nos quieren. Estados Unidos no sólo es  Nueva York. No me gusta lo estridente, lo urbano, hay otro silencio en la  introspección, en la reflexión analítica>>. Su soledad es la ausencia  minimalista, el vértigo conceptual, las fronteras ya dichas entre  interior/exterior. Todo es recogimiento y debate, en un magnifico mundo  elegante, donde la sofistificación está en las preguntas que nos hacemos  frente a lo rotundo de algunas respuestas a  las que asistimos de modo impasible.
    Otro debate sería el de la luz de Dixon, el de su claridad  manifiesta, donde todo su universo individualista es pura sociedad actual. La  apropiación del territorio, si nos fijamos, sucede por un sinfín de  transformaciones interiores, de cambios íntimos y críticos que dan lugar a una  nueva política, la de la conquista o asedio de una nueva industrialización, de  rapaces tecnologías, a las que tal vez es preciso poner freno. Un arte político,  activista, ciudadano… Tremendo.