La esencia del paisaje solitario
El Mundo
25/10/2014
Barcelona, Vanessa Graell
La artista Mónica Dixon expone sus cuadros intimistas en la muestra ‘Nowhere land’ de la Galería Barnadas
      Una casa solitaria en medio de la nada, entre el cielo y el  campo. El silencio casi se materializa en ese paisaje existencialista,  metafísico, introspectivo. Al amanecer o al atardecer, en un día luminoso o de gris  neblina, ahí está la casa, bajo diferentes luces. La artista Mónica Dixon reúne  una veintena de sus exteriores oníricos en la exposición Nowhere land, que se podrá ver en la galería  Jordi Barnadas hasta el 8 de noviembre. Y en abril protagonizará otra muestra  individual en la flamante galería Barnadas Huang de Singapur, donde sus lienzos  ya han tenido un gran éxito (en tan sólo una semana vendió todas sus obras en  el marco de una exposición colectiva).
  «Me crié en dos sitios, entre España y Estados Unidos. Pasé  muchos veranos en una casa como
  ésta, en New Jersey, en un pueblo apartado, Marlton. Había un  lago cerca y un bosque. Y corríamos por el campo. Pero estas casas son pura  imaginación, lugares inexistentes», recuerda Dixon, hija de padre americano y  madre española, delante de uno de sus cuados.
      En ese no-lugar,  esa  tierra imaginaria que podría estar en cualquier parte de Estados Unidos, se reconoce  la tradición de la pintura realista americana, con influencias implícitas de  Edward Hopper o del hiperrealismo de Richard Estes. Pero Dixon – que estudió  Bellas Artes en la Rutgers University de New Jersey– depura el paisaje hasta  dejarlo en su más mínima expresión, lo desnuda en busca de una esencia  inevitablemente ligada a la luz, que materializa en pinceladas finísimas,  delicadas veladuras apenas perceptibles.
   «Al principio pintaba  bodegones y personas. Pero ahora lo minimalizo todo. He ido despojando el espacio  pictórico de todo aquello que me parecía anecdótico», admite la artista, que  busca representar el espacio en sí mismo, capturar las variaciones lumínicas en  la atmósfera. Y el único elemento de esa atmósfera es la casa, que son muchas y  diferentes, pero todas una: la típica casa americana que se convierte en  metáfora y símbolo de la soledad humana. «Son lugares aislados, podrían estar  en el fin del mundo. Pero me interesa la sensación que provocan», apunta Dixon.  Una sensación que va de la inquietud a la alegría, según el paisaje y el mood (humor) con que pintara la  artista (por cierto, Mónica Dixon suele pintar mientras escucha rock sureño,  auténtico country). Aunque pinte innumerables  casas, no hay dos iguales. Y algunos de sus lienzos casi rozan el pop (dos  colores saturados, azul y verde, cielo y campo, con una casa que parece de  juguete) mientras que en otros, como Warwick, la  oscuridad se cierne sobre una casa blanquísima de techos rojos, en cuyo  interior se intuye una historia turbia. Los cuadros de Dixon desprenden un halo  de misterio, sugieren narraciones ocultas, historias que suceden en el interior  de la casa, vedado para el espectador. Sus obras oscilan entre cielos  evanescentes, sombras desestabilizadoras y una gran luminosidad. En paralelo a  sus exteriores depurados y luminosos, Dixon desarrolla otra serie de  interiores, el polo opuesto a sus paisajes: pasillos, ventanas, el radiador en  la pared, puertas abiertas, rincones de la habitación... Todas las escenas son  solitarias. Y la luz acaba siendo siempre la materia de Dixon. 
http://www.monicadixongallery.blogspot.com.es/2014/10/nowhere-land-galeria-jordi-barnadas.html